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¿Qué es una vida realizada?
Tomo prestado el título de este artículo de un libro del filósofo Luc Ferry. Un pensador singular y respetado que fue ministro de Educación de la República francesa entre 2002 y 2004, hecho que dignifica a este país y que probablemente explica, por sí solo, por qué siempre estaremos por detrás de un Estado como el francés… En cualquier caso, no es objeto de este artículo el lamentable nivel intelectual de nuestra clase política, sino una frase del excelente libro de Luc Ferry que, al leerla, subrayé con fruición y, me parece, describe muy bien a nuestra sociedad occidental y a estos tiempos de tribulación en que nos ha tocado vivir. Dice así: “Cuando el horizonte de nuestras vidas es lo cotidiano como tal, existe el riesgo de que las incertidumbres meteorológicas se presenten como acontecimientos considerables y nuestra vida interior tienda a reducirse a la de nuestras molestias gástricas”. No me negarán que el párrafo de Ferry merece, cuando menos, una breve reflexión.
Vivimos en el tiempo de la autorrealización, todos queremos tener una vida más sana, resultar más profundos, sentir plena nuestra existencia, y en pro de todo ello nos abandonamos en manos del monitor del gimnasio, del nutricionista, del profesor de yoga y a veces, en lo que casi nos parece una locura espasmódica, nos atrevemos con la temeridad de leer un libro, de autoayuda preferentemente, claro… “Sorprendentemente”, todos estos pequeños esfuerzos, si somos sinceros con nosotros mismos, no nos sirven para nada. En el fondo nos sabemos tan vacíos como siempre, tan incompletos, tan ansiosos. Y esto nos pasa porque, en un cierto sentido, hemos perdido absolutamente el norte. Los occidentales nos hemos lanzado a una persecución enloquecida de la felicidad, esa palabra tan peligrosa, sin pararnos primero a considerar tan siquiera qué es la felicidad y si la podremos conseguir alguna vez. Hemos equiparado desgraciadamente felicidad a confort material y sobre todo a placer. Un malentendido y absurdo carpe diem que nos absorbe sin darnos cuenta de que esos momentos de consecución de un placer fugaz no nos harán realmente felices. Pues una vida centrada en el pretendido aprovechamiento del aquí y ahora como norma fundamental, es una vida condenada a pasar a toda velocidad, sin dejar huella, sumida en un mediocre tono gris, abocada al desencanto y la desesperación. Pero ya ven, el hombre es un animal extraño, el único que sabe a ciencia cierta que tarde o temprano morirá y, pese a saberlo, se empeña en vivir como si ese acontecimiento no fuera a afectarle a él. Decía Epicuro que nacemos una sola vez y no nos es dado nacer dos, pero que nosotros dejamos perder nuestra vida, y que todos y cada uno de nosotros, aunque por nuestras ocupaciones no tengamos tiempo para ello, moriremos.
Por tanto, y volviendo al leitmotiv de este artículo, ¿qué es una vida realizada?, o mejor, ¿cómo conseguiremos realizarnos como auténticos seres humanos? La respuesta, y lo siento por los pseudomodernos y los pseudoprogresistas, se halla en palabras tan antiguas y pasadas de moda como deber, esfuerzo y responsabilidad. Sí, porque lo primero que debemos hacer es tomarnos en serio nuestra existencia, ya que en realidad, nuestra única obligación en la vida es vivir, pero hacerlo de una manera digna y mínimamente elevada. Llenar el tiempo trabajando, tomando una cerveza de vez en cuando, viendo el fútbol por la tele, teniendo conversaciones eternamente intrascendentes y, como premio anual, gozar de una semanita de vacaciones en la playa, no es vivir. Dedicar nuestro tiempo libre a correr o a pintar el cuarto de los niños no es aprovechar el maravilloso don que es la vida. Vivir supone asumir retos, ser capaces de romper con la comodidad de la rutina, elaborar un plan de vida, construir algo a lo largo de los años, comprometernos con los demás y la sociedad, renunciar de vez en cuando a lo material en beneficio de los otros, sentir el deseo inagotable de aprender hasta el último de nuestros días.
Deberíamos plantearnos como supremo objetivo vital que, cuando el fin esté cerca, podamos sentirnos realmente orgullosos de nuestro discurrir en el mundo, saber que éste no ha sido en balde y no se ha limitado al mezquino disfrute de algún que otro placer banal. Apreciar que la vida ha valido la pena, que hemos hecho lo que debíamos hacer más allá de que nos apeteciera o no, y que por tanto, el mundo es un poco mejor gracias a nosotros, es lo más razonablemente cerca que podremos estar nunca de eso que nos empeñamos en llamar felicidad y que en realidad deberíamos denominar sentido. Ya que dotar de sentido a la vida equivale a tener una vida buena, digna de alguien tan maravilloso e irrepetible como cada uno de nosotros. Todo lo demás, créanme, por muy importante que nos parezca, es apenas un murmullo en la inmensidad de la nada.
ANTONIO FORNÉS
*Antonio Fornés es filósofo y escritor. Autor de Reiníciate y Creo aunque sea absurdo, o quizá por eso, ambos publicados en Diëresis
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